sábado, 11 de octubre de 2008

:: “A veces te amo y a veces te odio…”

CECILIA MOSQUERA
Pensar en la transferencia me lleva a pensar en aquellas cosas que…

hacen a la posibilidad del análisis, a los obstáculos, a las rupturas, a continuar, a andar caminos y desandarlos, a repetir sin diferencias, a marcar diferencias, a buscar respuestas, a obtener preguntas, a no entender nada, a sentir de todo, a callar fantasías, a decir engaños, a culpabilizar a otros, a responsabilizarme en algo, a enojarme con verdades que el otro tiene para decir en el momento en que puedo escucharlas, a perder la mirada como objeto pulsional para pegar un salto simbólico a lo simbólico, donde la lógica significante adquiere cierto protagonismo, donde la historia propia se hace propia por apropiación, donde la miserias afloran, las imposibilidades se corren, las posibilidades se corren a veces también; repetir para él (el analista), para contarle a él, para sufrir yo, para gozar de un sufrimiento, para sentir la culpa de sentir amor y también odio.

Y cuando me pongo a pensar en la transferencia y en la pulsión de muerte, no sé si se ayudan, si se repulsan, no sé si una es causa o consecuencia de la otra… teorizar acerca de la transferencia me conecta con una experiencia, difícil pero nombrable, aunque muchas veces ininteligible. Teorizar acerca de la pulsión de muerte me lleva a la total abstracción y a enredarme y entreverarme entre sentidos, preguntas, entendimiento y desconocimiento… al hablar sobre ambas, lo inconciente aflora, irrumpe sorpresivamente, sin aviso previo… y me dejo llevar… la única manera de hacer surgir algo más allá. El sentido de la teorización es que a partir de allí alguien va a leer una clínica y va a ponerla en práctica.
Me aventuro a teorizar para pensar una clínica posible pero estoy segura de que la clínica no es sin teoría y la teoría no es sin clínica. Por lo tanto, esto es aventura.

Cuando comencé a pensar en la pregunta que me surgía a partir del trabajo en el cartel, quise ahondar en la relación de la transferencia con la Pulsión de Muerte. Mi disparador fue el acceder de manera anecdótica, al conocimiento del caso de Sabina Spielrein y la importancia de sus teorizaciones para el psicoanálisis. Por ello, leí un escrito titulado “La destrucción como causa del devenir (1912)”, en el que sitúa a la pulsión de muerte en íntima relación con el devenir de la vida. Pensé en titular este escrito “La pulsión de muerte como causa de la transferencia”, pero dudé de llegar a tener la claridad suficiente como para sostenerlo, así que desistí.
En las teorizaciones acerca de la dualidad pulsional de Freud, hay bastantes elementos como para extraviarse y no entender demasiado. Frente a las hipótesis de una única pulsión (de muerte) y otra pulsión devenida de ella (de vida) me queda la duda de si se respeta o no esa dualidad que, en los principios, hizo pelear a Freud con algunos estudiosos del psicoanálisis. Pero si la teoría es parte de la clínica y vuelve a ella, tal vez la práctica esté refutando
la teoría. Y, como dijo Freud, la teoría surge de la práctica y la clínica no debe ajustarse forzadamente a la teoría.
Hay una lectura que hace Norberto Rabinovich en la que afirma que Lacan no conserva la dualidad pulsional: “…que [Lacan] haya desarrollado sólo una fórmula [el matema de la pulsión] para la pulsión pone en evidencia que desecha la concepción freudiana del dualismo pulsional”[1]. Y este tema se remonta aun más: en el Proyecto de una psicología para neurólogos, Freud hablaría de una pulsión y otra devenida de la primera.
Los puntos entre la pulsión y la transferencia tocan a la repetición, a la reacción terapéutica negativa, al goce y al síntoma neurótico. La pregunta que quisiera abordar, entonces, la planteo así: ¿Por qué, estando en análisis, al hablar del deseo se siente culpa? ¿Actúa allí la pulsión de muerte, digo, detrás de ese sentimiento de culpa?
Finalmente, pienso: ¿cómo abordar a la pulsión misma si no haciendo lo que ella hace: bordear el objeto? “La satisfacción no se obtiene alcanzando el objeto sino en el trayecto mismo”[2].
Freud, en “El yo y el ello (1923)”, nos habla de la reacción terapéutica negativa como la resistencia más poderosa a la cura, de parte del enfermo. En aquellos momentos en que se logran algunos cambios o corrimientos subjetivos, implicancia, si se quiere, aparece algo que hace retroceder unos cuantos pasos. Hay un sentimiento de culpa que se siente como enfermedad y que parece pretender perpetuar al paciente en ese sentimiento de enfermedad (¿inermidad?). Freud también dice que es la alianza entro el yo y el superyo donde reside la mayor resistencia a la finalización de la cura analítica. Y si Freud ubica en el superyo a la pulsión de muerte, sigue en pie la pregunta acerca de si actúa la pulsión de muerte cuando, al hablar del deseo, se siente culpa.
Pulsión de muerte que nos marca un camino hacia la muerte, porque las horas pasan y se acortan los trechos; pero, ¿es ésta sólo la causante de este malestar o puede estar actuando también en la búsqueda incesante que lo lleva a uno a vivir?
Retomando la pregunta planteada, mi intención es hacer un recorrido por los conceptos de repetición y compulsión a la repetición, para luego, poder situar algo del goce en la repetición, en el no cesar de no inscribirse; la necesidad del desarrollo de angustia para ligar la energía libre a un representante, la relación de la pulsión de muerte con el deseo, con el devenir y la destrucción.
En la nota introductoria del texto “más allá del principio del placer 1920”, Strachey cita al texto “Lo ominoso”, donde Freud hablaría de una compulsión a la repetición como un fenómeno manifiesto en la conducta de los niños y en el tratamiento psicoanalítico. Sugiere que deriva de la naturaleza más íntima de las pulsiones y declara que es lo suficientemente poderosa como para hacer caso omiso del principio del placer. Me parece importante abordar este punto
porque es a partir del planteamiento de un más allá del principio del placer que Freud teoriza acerca de la pulsión de muerte y su oposición a la pulsión de vida. Freud sitúa a los sueños traumáticos en un más allá del principio del placer. La característica que presentan, de la compulsión a la repetición, tiene el carácter de una pulsión. Allí plantea la dicotomía Eros- pulsión de muerte. Se presenta, así, el problema de la destructividad (¿la destructividad como causa del devenir?).
Freud habla de que es incorrecto hablar de un imperio del principio del placer sobre el decurso de los procesos anímicos. De todas maneras, no todas las fuentes del displacer contradicen al principio del placer. Entonces, comienza a analizar la reacción anímica frente al peligro exterior. Habla de dos fuentes que sí lo contradicen: 1) los sueños de neurosis traumáticas, en los que estaría ó afectada la función del sueño ó habría una tendencia masoquista del yo; y 2) el juego infantil, donde observó el juego de su nieto, que hacía desaparecer un carretel y lo volvía a aparecer, pero que el primer acto, era repetido por sí solo incansablemente, aunque el mayor placer correspondiera al segundo acto.
Luego, agrega que en transferencia el enfermo puede no recordar lo reprimido- y de hecho no lo recuerda-. Por lo tanto, se ve forzado a repetirlo como vivencia presente. Esta reproducción que emerge con fidelidad no deseada, tiene por contenido un fragmento de la vida sexual infantil, el complejo de Edipo y se juega en el terreno de la transferencia: en la instalación de la neurosis de transferencia. Las resistencias que se suscitan, entonces, no provienen de lo inconciente, que quiere ser revelado, sino del núcleo inconciente del yo. La compulsión a la repetición estaría más allá del principio del pacer. Este sería más pulsional que el principio del placer y lo que busca es el desarrollo de angustia para intentar ligar esa energía que ha quedado libre de representante y por lo tanto, no ha podido tramitarse.
La compulsión de repetición, entonces, tendría un carácter pulsional y demoníaco. La pulsión sería ese esfuerzo inherente a lo orgánico vivo, de reproducción de un estado anterior que lo vivo debió resignar bajo el influjo de fuerzas perturbadoras externas. La pulsión tendría un carácter conservador, por un lado, y de creación y progreso, por el otro. Aunque en la distinción: pulsión de vida- pulsión de muerte, ambas son conservadoras. El camino hacia la satisfacción de la pulsión es obstruido por las resistencias en virtud de las cuales las represiones se mantienen en pie. No queda más que avanzar por la otra dirección del desarrollo, sin perspectiva de clausurar la marcha ni de alcanzar la meta. Me pregunto si esto no tendrá que ver con tener que renunciar al goce para recuperar algo del mismo por medio de la ley del deseo…
Hay un punto interesante, planteado por Norberto Rabinovich, que me gustaría retomar para pensar la pulsión de muerte. “La pulsión, según él mismo [Freud] explicó, es una tendencia específica de un sujeto y no debe ser confundida con una tendencia del organismo. Por consiguiente, cuando la muerte es planteada como el fin de goce de la pulsión, a dicha muerte es preciso concebirla en el ámbito de la subjetividad. Lo que la caracteriza no se apoya en el cese de los signos vitales, sino en una experiencia subjetiva traumática del orden del desfallecimiento o disolución de los límites del ser, es decir, una experiencia que implica la pérdida de la consistencia imaginaria del yo o, como un equivalente, la pérdida subjetiva de la integridad del ser corporal.
(…)Es preciso entonces postular, en el origen de la repetición de la pulsión llamada ‘de muerte’ por Freud, un trauma, un trauma propio de la estructura del sujeto y no del viviente. Lo que la pulsión busca reeditar es un trauma originario y, por consiguiente, cernimos el ámbito del automatismo de repetición (Wiederholungszwang), en la reedición de un evento subjetivo del orden de la castración”[3]. La pulsión de muerte, pensada desde el inicio, podría tomarse como la transformación de la propia muerte que introduce la acción específica de la vivencia de satisfacción. Esta pulsión sale a la búsqueda de la acción específica, para satisfacer una necesidad [perdida], que sería un deseo de Otro, que se presenta como demanda. La acción que realiza el Otro, esto de recubrir con su deseo, introduce la pulsión de vida. En la transferencia puede entenderse que la pulsión busca al Otro, una vez perdida la necesidad, para satisfacer un deseo. Puede intentarse pensar a la pulsión como pulsión de muerte, devenida en pulsión de vida por la introducción del deseo del Otro.
En el escrito ya mencionado de Sabina Spielrein, ella plantea que ser fecundo significa destruirse, pero si esta destrucción se pone al servicio de la nueva criatura, entonces el individuo la desea. Habría en nosotros fuerzas instintivas que, indiferentes al bienestar o al malestar del yo, ponen en movimiento nuestra vida psíquica. El placer sería simplemente una reacción de aceptación del yo a esas exigencias que brotan de lo profundo, y podemos experimentar directamente placer en el dolor. Habría algo en nosotros que desea esta auto- lesión. Y continúa más adelante diciendo que los deseos específicos que viven en nosotros no se corresponden en absoluto con los deseos del yo, y que junto al deseo de inercia existe en nosotros un deseo de transformación. Buscamos lo que se parece a nosotros, aquello en lo cual la partícula del yo puede disolverse. Y ¿qué significa esta disolución sino la muerte? Sólo logramos convertirnos nosotros mismos en el objeto de nuestra propia libido, con la autodestrucción que eso conlleva. Habría un componente destructivo en el instinto de reproducción. Poco a poco, el instinto de destrucción insatisfecho contenido en el instinto de reproducción aumenta la tensión, produciendo al mismo tiempo fantasías de muerte más concretas o más sublimadas. Finalmente me interesa la referencia que hace a lo que sucede en la neurosis, ella dice que en esta predomina el componente destructivo, que se manifiesta en todos los síntomas de la resistencia contra la vida y el destino natural. Aquí se me ocurre la resistencia que puede oponer la pulsión de muerte en la transferencia; resistencia a la cura, algo en articulación con la reacción terapéutica negativa.
Para empezar a pensar a la pulsión de muerte en la transferencia, voy a comenzar sintéticamente por el recorrido que hace Lacan del concepto. Él sitúa -en relación a la transferencia- algo de una transmisión de poderes del sujeto al Otro (lugar de la palabra, virtualmente, lugar de la verdad). Sin embargo, más detenidamente, uno se encuentra con que en la transferencia surgen las más importantes resistencias: “Ese momento, en Freud, no es simplemente el momento límite que corresponde a lo que designé como el momento de cierre del inconciente, pulsación temporal que lo hace desaparecer en cierto punto de su enunciado. Freud, cuando introduce la función de la transferencia, se esmera en señalar ese momento como causa de lo que llamamos transferencia. El Otro, latente o no, está presente desde antes, en la revelación subjetiva. Ya está presente cuando ha empezado a asomar algo del inconciente.” Esto significa que el gran Otro ya está presente cada vez que el inconciente se abre. Y más adelante dice: “(…) la transferencia es esencialmente resistente. Es el medio por el cual se interrumpe la comunicación del inconciente, por el que el inconciente se vuelve a cerrar. Lejos de ser el momento de la transmisión de poderes al inconciente, la transferencia es, al contrario, su cierre”[4]. Entonces, Lacan dice que se debe tomar a la transferencia como un nudo. Un nudo que va a tener que ver con el momento de la interpretación y con el análisis de la transferencia. Analizar los deseos en juego en la transferencia. Ya que la transferencia es, para Lacan, la puesta en acto de la realidad del inconciente. Y la realidad del inconciente no es sino sexualidad y muerte. La vida conlleva en sí la muerte. La vida de la especie subsiste en sus individuos pero estos deben morir. Así se percibe el lazo del sexo con la muerte. El deseo que se va a poner en juego en la transferencia será el deseo del analista. El deseo que sostenga la posición del analista y que introduzca la dimensión ética: hacer lo que hay que hacer. Evadir el análisis de la transferencia puede llevar a un falso final de análisis, relacionado a la Identificación al analista.
¿Por qué, Lacan, se preocupa en el Seminario XI de diferenciar y no confundir repetición de transferencia? Tal vez, se ha podido leer, en alguna traducción de las obras de Freud, que en transferencia el paciente repite. Es necesario leer que en toda repetición hay un cambio: el que introduce la pulsión de muerte, por acercarnos a la muerte. Pero además: “(…) la transferencia no es por sí sola un modo operatorio suficiente si se la confunde con la eficacia de la repetición, con la restauración de lo que está escondido en el inconciente y aun con la catarsis de los elementos inconcientes”[5]. Es interesante la idea de Lacan de hacer una revisión crítica de los conceptos y de su utilización en la clínica, ya que de eso parte la fundamentación y la lectura de dicha clínica. Por eso, al ir analizando los que considera como conceptos fundamentales- transferencia, pulsión, repetición e inconciente- está intentando una reflexión ética: implica el hecho de reflexionar acerca de la práctica y no solamente aplicar conceptos y técnicas.
En cuanto a lo que posibilita y obtura la transferencia, Lacan va a hablar del amor, del engaño en el escenario del amor (como el escenario más propicio para que surja el engaño) y del odio. La estructura de la dimensión del amor es la que la transferencia nos da la oportunidad de ilustrar “(…) persuadiendo al otro de que tiene lo que puede completarnos, nos aseguramos precisamente de que podemos seguir ignorando qué nos falta”[6]. Este sería el círculo engañoso del amor que, en algún punto, hace que no cesemos de no preguntarnos por el deseo.
Y que, cuando finalmente nos preguntamos por el deseo, lo que sentimos es culpa, resistencias, repeticiones que no dejan de acosarnos pero que no dejamos de realizar. Repetición hasta el hartazgo con tal de no inaugurar una pregunta por el deseo. Me pregunto si se pone en juego algo del goce y me sirvo del citado texto de Rabinovich para intentar una articulación. El sujeto se encuentra profundamente dividido ante el goce: busca alcanzarlo y se protege de su proximidad. Por eso, cuando accede a él, es a través de un acto que generalmente está comandado por un impulso inconciente, no controlable, como sucede en el síntoma. En estos casos, el impulso no evita el peligro sino que transgrede las barreras de seguridad y, por consiguiente, el goce es alcanzado al unísono con la consumación del peligro. El sujeto encuentra el goce en el lugar en que se produce un trauma.
El goce y su contratara, el displacer, por lo general no se muestran simultáneamente. El sujeto se siente desdichado o culpable por haber gozado y tiene, sobre el goce experimentado, un manto de olvido. Otras veces, la conciencia ignora que una situación dolorosa es el disfraz visible de un goce alcanzado. Como muestra la estructura de los síntomas, el sujeto sufre con su síntoma sin advertir que ahí goza.
Freud descubrió un principio general que guía y regula los comportamientos del sujeto en su búsqueda de satisfacción, el “principio del placer”. Lo más significativo de este principio es que recorta y descarta un campo donde el placer sería excesivo, y al que el sujeto no puede acceder por resultarlo angustiante, imposible o prohibido. Ese resto más allá del principio del placer ciñe precisamente el campo central del goce[7].
Más adelante, habla sobre la resistencia a la cura y dice que la alienación del sujeto al lenguaje se teje a través del discurso concreto expresado a viva voz por el Otro. La voz de la conciencia, imperativa, que reclama obediencia y sometimiento. Cuanto más incuestionable y sometedora se presente la voz del mandato, más sólidamente queda el sujeto sujetado al Otro, al goce del Otro. Por ello, en los momentos de caída de este objeto, el vacío que se revela en el lugar del Otro confronta al sujeto con el más profundo sentimiento de desamparo. En sus últimas obras, Freud subrayó que en la alianza entre el yo y el superyo reside la más importante resistencia a la finalización de la cura analítica. Lacan agregó que dicho final sólo es posible en la medida que se efectúe la evacuación definitiva de la función de la voz como tapón de la castración en el Otro[8].
Entiendo que en la transferencia, se ponen en juego los modos de relación con Otro que lleva a posibilitar algunas elaboraciones traumáticas de la vida del sujeto, como también a obstaculizar la palabra, a cerrar el inconciente por esa relación misma de amor y odio que se establece con el Otro. La repetición aparece en el terreno de la transferencia, y con esto no estoy sustituyendo un concepto por otro, simplemente, en transferencia el sujeto puede llegar a leer algo de esa repetición que tal vez fuera de análisis pase desapercibida. En la repetición está en juego la pulsión, y más específicamente, la pulsión de muerte. Aquella que pretende alcanzar un goce en el más allá del principio del placer, condenando al sujeto a la culpa y al taponamiento de la castración del Otro. La pregunta del deseo sólo podrá sostenerse a partir de la castración asumida y el ingreso a las leyes del deseo. Así y todo, las pulsiones no podrían neutralizarse, las pulsiones empujan a la vida y a la muerte simultáneamente. Con la introducción de lo simbólico, de un significante, puede llegar a acotarse la angustia. El analista puede donar el espacio para que el sujeto emerja como efecto de significantes.

Para finalizar: a partir del recorrido emprendido por el Cartel de Transferencia, he podido encontrarme inmersa en relaciones que hacían a un trabajo común, a intereses compartidos, a disidencias en opiniones y puntos de vista, a marcas singulares dentro de lo grupal. Las reuniones, continuas al principio y esporádicas luego, fueron propicias para generar interrogantes diversos entre los integrantes y, también, algunas controversias que hacen al modo en que cada uno pudo con un vacío que muchas veces cuesta apropiárselo, para que sea realmente posibilitador. Nos vimos envueltos en relaciones de transferencia: con sus posibilidades y sus obstáculos.
Lo que se repitió, encuentro tras encuentro, fue un interés por las vicisitudes de la vida personal de Freud y también de Lacan. Fue algo muy recurrente, pero mi pregunta quizá no iba tanto por ese lado.
Como dije al principio, lo que me movilizó fue la teorización de la pulsión de muerte en relación con la transferencia: pensando en aquellos sucesos que un analizante puede llegar a repetir hasta el cansancio, primero sin noción de la repetición misma; y más tardíamente, pura compulsión, no poder cesar de hacerlo.
Considero que el recorrido teórico que propongo para abordar mis preguntas puede parecer cotado, y de hecho lo es, pero pretendo con él hacer camino. Un camino que empiezo a recorrer por aquí, con estos interrogantes, pero que se irá haciendo mientras vaya andando.

Bibliografía


*FREUD, Sigmund: “Proyecto de una Psicología para Neurólogos (1895)” Obras Completas Biblioteca Nueva, Tomo I. Madrid, 1996.

*FREUD, Sigmund: “Dinámica de la transferencia (1912)” Obras Completas Biblioteca Nueva Tomo II. Madrid, 1996.
*FREUD, Sigmund: “Más allá del principio del placer (1920)” Obras Completas Biblioteca Nueva Tomo III. Madrid, 1996.

*FREUD, Sigmund: “El yo y el Ello (1923)” Obras Completas Biblioteca Nueva Tomo III. Madrid, 1996.

*KAIT, Graciela: “Sujeto y Fantasma. Una introducción a su estructura”. Ed. Fundación Ross. Rosario. 2000

*LACAN, Jacques: “Seminario XI. Los cuatro conceptos fundamentales del Psicoanálisis”. Paidós. 13ª reimpresión, Bs. As. 2006.

*RABINOVICH, Norberto: “Lágrimas de lo real. Un estudio sobre el goce” Ed. Homo Sapiens. Rosario. 2007

*SPIELREIN, Sabina: “La destrucción como causa del devenir” (Jb. Psychoanal Psychopath. Forsch., 4, 465, 1912). Título Original: “Die Destruktion als Ursache des Werdens”. Traducción del alemán al italiano de Di Nico, 1977. Traducción del italiano al español de Inés Arteaga. Agradecemos a Carolina Hermo la posibilidad de publicar este interesantísimo material.
[1] Rabinovich, N. “Lágrimas de lo real. Un estudio sobre el goce” Homo Sapiens. Rosario. 2007. Pág. 59.
[2] Kait, G.: “Sujeto y fantasma. Una introducción a su estructura”. Ed. Fundación Ross. Rosario. 2000. Pág.78.
[3] Rabinovich, N.: “Lágrimas de lo real. Un estudio sobre el goce” Homo Sapiens. Rosario. 2007. Págs. 25 y 26.
[4] Ídem. Pág. 136.
[5] Lacan, J.: “Seminario XI”. Pág. 135
[6] Ídem. Pág. 139.
[7] Rabinovich, N. Pág. 13.
[8] Ídem. Pág. 52.

1 comentario:

Alicia Yaz dijo...

Excelente trabajo...
lo sentí muy fluído por varios tramos como acertado en los giros que se suceden en la praxis clínica


Lic. Alicia Silvia Yazyi
Bahía Blanca