jueves, 9 de octubre de 2008

::El Hospital: un lugar para la clínica psicoanalítica

ROCÍO LUZ VERNETTI
Psicoanálisis en Instituciones fue el tema al cual nos abocamos con el grupo de trabajo. La tensión entre discurso psicoanalítico y discurso médico nos interesó sobremanera, sin embargo desde los primeros encuentros lo que con mayor fuerza nos movilizó, despertando nuestra curiosidad fue el psicoanalista en la práctica hospitalaria orientada en la urgencia y las posibles estrategias del mismo para abordarla.
Después de haber realizado con el grupo un recorrido por las diferentes cuestiones que atañen a la práctica del psicoanálisis en el marco institucional, decidí focalizarme en la interconsulta como condición de posibilidad de dicho discurso en la institución hospitalaria, teniendo en cuenta el lugar del psicoanálisis y la posición del analista en la misma.
Creo necesario explicar que muchas de las reflexiones que aparecen en este trabajo fueron obtenidas de dos entrevistas realizadas a nivel grupal, a psicólogos que trabajan con el discurso psicoanalítico en Instituciones públicas hospitalarias.

En principio podríamos decir que la práctica del psicoanálisis no es posible en todos lados. Frente una institución, tenemos que preguntarnos acerca de su condición de posibilidad. Como instituciones hay muchas, yo me pregunto ¿Cuáles son las condiciones que hacen posible la práctica del psicoanálisis en el Hospital?
Se podría pensar –debido al discurso imperante en dicha institución- que no hay un lugar preestablecido para los psicoanalistas en los hospitales. De manera que lo que va a ponerse en juego, es el modo en que cada practicante del psicoanálisis construye, inventa, su lugar en el hospital. Podríamos decir entonces, que el psicoanálisis no toma lugar en la institución como una especialidad más, sino que, por el contrario, se introduce en ella como en menos, perforando la institución, volviéndola no-toda, no todo-saber, no todo-poder, no toda-respuesta.
La posibilidad de que analistas hoy puedan habitar estos espacios institucionales, con cierta naturalidad, esta íntimamente ligada a un esfuerzo consistente en fomentar lazos con otros discursos, dominantes desde antaño en el contexto institucional. Esfuerzo que hoy se puede traducir en un “espacio ganado”[1]. Sin embargo a pesar de éste, la resistencia institucional aparece siempre, en mayor o menor medida, fundamentalmente de parte del equipo médico. También hay que considerar que varía de un profesional a otro, ya que tiene que ver con una cuestión transferencial. Cuando el equipo de psicólogos reduce las visitas semanales por los diferentes ámbitos, para propiciar lazo con los médicos, para preguntar sobre los pacientes, en resumidas cuentas, para ver como “anda la cosa”, el pedido de interconsulta disminuye. Esto nos da razones para sostener la idea de que la práctica de la interconsulta es un trabajo propiciado en principio por los analistas.

Por lo tanto, podemos decir que una de las herramientas con las que cuenta el psicoanalista para hacerse un lugar en la institución es la interconsulta.
Ésta aparece como una práctica privilegiada para el analista, en principio, porque entiendo que la interconsulta constituye una de las condiciones que hacen posible la practicabilidad del discurso psicoanalítico en una Institución Hospitalaria. Con esto quiero decir que si no fuera por la creciente demanda de los médicos que realizan el pedido de interconsulta al equipo de analistas, el quehacer de estos no sería posible en dicha institución, o por lo menos, su posibilidad de habitar este espacio sería mucho más dificultosa.
Esta práctica, instituye un espacio que denuncia, de alguna manera, las carencias de un discurso y al mismo tiempo la posibilidad de despliegue de otro.
Las carencias del discurso médico, en la medida en que no admite la existencia de la dimensión gozante del cuerpo, a lo cual hay que agregarle que tampoco tiene porqué hacerlo. Aquí es donde se puede reconocer lo que Lacan plantea como la falla espistemo-somática[2], la cual se pone en marcha siempre que se tome del cuerpo solo su dimensión somática u orgánica, rechazando la dimensión gozante del cuerpo. Ya que un cuerpo, dice Lacan, es algo que está hecho para gozar, gozar de si mismo.
Por lo tanto, decir que el psicoanálisis no tiene nada que ver con el cuerpo, es un mito. La dicotomía cartesiana del pensamiento y la extensión, ya no puede ser pensada, tenemos pruebas suficientes para no caer en este reduccionismo. Freud con su teorización de la pulsión, como concepto límite entre lo psíquico y lo somático nos da la posibilidad de poder pensar el cuerpo como sinónimo de subjetividad, cuerpo como manifestación subjetiva, cuerpo erógeno y pulsional.
La práctica de la interconsulta, permite al discurso psicoanalítico -a pesar de que no se sabe nada sobre el goce (y en ello radica su carencia)- hacer algo con él, ponerle un coto, bordearlo, y de esta forma instaurar una posible práctica.
En este sentido podemos decir que hay necesariedad del discurso psicoanalítico en la institución Hospitalaria.

Si bien “la interconsulta es ya un dispositivo propio de la práctica hospitalaria”[3]
-donde se produce el encuentro del saber-hacer de las diversas especialidades médicas-, la interconsulta con psicólogos, se lleva a cabo en virtud de un permanente trabajo que parte del equipo de analistas, es decir, que viene desde su lugar, para luego generar las condiciones para que se instale una pregunta por parte del equipo médico y de enfermería. Pregunta que se va a transformar en pedido. A partir de aquí, el equipo interdisciplinario se arma. Se produce el encuentro -o los encuentros necesarios- entre el equipo de psicología del hospital y la persona que solicitó el pedido. Luego, la pregunta es quién se habilita de los profesionales “psi” para trabajar con el caso.

Marite Colovini plantea que “La práctica de la interconsulta nos sitúa frente a la dificultad de encontrarnos con diferentes voces, demandas heterogéneas, discursos que responden a éticas contrapuestas”[4], frente a esto, se hace necesario el armado de un equipo que pueda responder a la complejidad inherente a dicha práctica.
De esta manera, el trabajo en equipo resulta ineludible. Es lo que de alguna manera va a permitir el armado de una estrategia, que permita delimitar una direccionalidad en el trabajo, en ese caso en particular. Así el equipo funciona como sostén para el analista, frente a las diferentes circunstancias que se le van presentando, que de otro modo –es decir, en soledad- tal vez no podría producir ese movimiento necesario y eficaz de tomar distancia de la situación, hacer una pausa en el tiempo, reflexionar, situar todos los factores intervinientes en la misma, para luego volver a tener un acercamiento, pero ya con la tranquilidad de una respuesta que provoque movimientos, tanto a nivel subjetivo como institucional.
Podríamos decir que además de este cruce de los diferentes discursos, inherente a la práctica de la interconsulta, nos encontramos también con la posibilidad de que el discurso psicoanalítico encauce la mirada sobre sí mismo, reflexione sobre su práctica, se interrogue, favoreciendo a que se instale lo que Marité Colovini plantea como pregunta ética por excelencia: ¿Qué hacemos cuando hacemos lo que hacemos?[5], pregunta que lleva a cada sujeto a involucrarse y comprometerse en lo que hace.

Los efectos de la práctica de interconsulta son de dos tipos: propiciar ciertos movimientos a nivel subjetivo que posibilitarán la mejora del paciente en su paso por el Hospital, o la continuación de un tratamiento –comienzo de un análisis propiamente dicho- en consultorio externo.

En “Intervenciones y textos”, Lacan dice que “el lugar del psicoanálisis en la medicina es marginal, extraterritorial, es marginal debido a la posición de la medicina respecto al psicoanálisis, al que admite como una suerte de ayuda externa”
Podríamos decir que la medicina frente a sus imposibilidades recurre al psicoanálisis, como ayuda externa, derivando a aquellos pacientes que no pueden ser clasificados dentro de un saber establecido y escapan a su afán universalizante.
Pero ¿imposibilidades de qué tipo? Imposibilidades relacionadas con su saber. El médico tiene un saber sobre el cuerpo en su dimensión orgánica pero ignora su dimensión gozante. Por lo tanto es un saber más bien objetivo y universalizante.
Además, en la relación entre el médico y el “enfermo”, éste ultimo se presenta como el que “no sabe” ante aquel que es el representante y funcionario del saber.
En cambio con el analista, nos encontramos con que el saber no está de su lado, aunque en algún momento, éste encarne el papel de “sujeto supuesto saber” -suposición que parte del analizante para dirigirlo al analista-, esto no significa que así sea. El saber se construye en cada encuentro. La verdad y el saber están del lado del paciente, por eso mismo se lo invita a hablar.

En lo que respecta a la posición del analista, sabemos es la misma en cualquier espacio, lo que quiero decir es que no existe una especificidad del psicoanálisis en la institución hospitalaria, no existe “el” analista y mucho menos el analista “del” Hospital. No hay especificidad, más bien postulados teóricos que marcan su práctica y definen una ética que los comanda. Lacan dice que el psicoanálisis se reinventa cada vez, que siempre es el caso por caso, y que además debe actuar en base a una posición inquebrantable, la de suponer un sujeto –sujeto del inconciente, sujeto deseante- allí donde el discurso médico supone un organismo, un objeto.
“La apuesta es ir a subjetivar”[6], promoviendo la emergencia del sujeto mediante el acto de la palabra. Lacan dice que “el analista comienza por explicar que están allí, los pacientes, para decir algo, sea lo que fuere”, ya que es en el movimiento discursivo que el sujeto del inconsciente se efectúa. Haciendo posible que otro tiempo lógico -extraño al institucional- sea respetado, el tiempo subjetivo.
Por otro lado, el analista debe ser cauteloso, no anticiparse, no sacar conclusiones apresuradas, Freud le aconsejaba suspender todo saber previo ante cada analizante. Y Lacan lo sigue en esto cuando afirma que “lo que el analista debe saber es ignorar lo que sabe”. Esto es porque no se puede al mismo tiempo teorizar y escuchar, porque de esta forma la práctica -el acto analítico en sí mismo- queda obstaculizada.
Ahora bien, la particularidad con la que debe enfrentarse el analista en el marco de la institución hospitalaria, es la manera en que se presentan los pacientes y en relación a la regla fundamental que postula Freud, ya que no podemos pretender que el paciente asocie libremente, por lo menos durante su estadía en la institución.
¿Cómo llegan los pacientes? Hay infinidad de formas por las cuales un sujeto puede “caer” en manos de un hospital, y cuando digo caer, me refiero que no le quedó otra. De entrada, no hay demanda de análisis. El trabajo del analista allí será entonces el de crear, mediante una oferta de escucha, la demanda, como nos dice Lacan. Así la misma es el efecto que se puede producir del encuentro de un paciente -aún traído- con un analista, que opera con el paradigma de que allí hay un sujeto. Donde queda claro que la acción de la escucha es la condición de la palabra.
Por todo esto, se puede decir que el psicoanálisis en el quehacer Hospitalario, constituye una práctica que requiere ser considerada como clínica.




Referencias Bibliográficas

· Entrevistas realizadas a: GAIDO, CARLA, Ps., y MAMFRED Alejandro Ps.
· AUTORES VARIOS-“El Psicoanalista en la Práctica Hospitalaria”-1ª ed., Bs. As., Vergara-1984.
· COLOVINI, Marité-“Tiempos y cuestiones de la dirección de la cura”-seminario.
· COLOVINI, Marité-“Entre necesidad y contingencia: la interconsulta”.
· LACAN, Jacques-“Intervenciones y Textos”, Psicoanálisis y Medicina-ed. Manantial-1966.
· GARCÍA BARTHE, Mónica-“La ética en la formación del profesional de salud mental”, Rev. Psicoanálisis y el Hospital Nº 12.
· HOLVOET, Dominique-“El psicoanálisis que falta en la institución”, Rev. Psicoanálisis y el Hospital Nº 10.
· AUTORES VARIOS-“La emergencia en la urgencia”, Rev. Psicoanálisis y el Hospital.
· AUTORES VARIOS- Revistas Psicoanálisis y el Hospital Nº 1 y 2 (1992), Nº 3 y 4 (1993), Nº 5 (1994).
[1] Frase extraída de una entrevista realizada a psicóloga que trabaja en una institución hospitalaria de la ciudad de Rosario.
[2] Jacques Lacan, “intervenciones y textos” -1966-
[3] Colovini Marité, “Entre necesidad y contingencia: la interconsulta”
[4] Colovini Marité, Ídem.
[5] Colovini Marité, “Tiempos y cuestiones en la dirección de la cura”
[6] Entrevista realizada a Psicóloga que trabaja en una institución hospitalaria.

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